miércoles, 19 de marzo de 2008

No es lo mismo.

Ok, vamos a ver... todos hemos tenido alguna experiencia en el amor y el inacabable juego de las relaciones sentimentales, y hemos visto pasar frente a nuestros ojos y a nuestros corazones un singular desfile de seres humanos, y todos han dejado una marca en nuestro musculo cardíaco, como el hierro ardiente que le pegan al ganado en los glúteos para marcarlos por siempre.

Cada experiencia amorosa es única e irrepetible, y cada vez que sufrimos un desamor pasamos por lo mismo, bueno, al menos yo y el personaje del que me referiré a continuación. Algunos tenemos la ansiedad vital de estar con alguien mientras pasamos la cruda, alguien que al final resulta ser una especie de victima circunstancial, mas aún, una especie de pastillita para el alma, como la que le dan los psiquiatras a sus pacientes cuando tienen una crisis nerviosa, y le dicen: "tómate esta pastillita todas las noches mientras te sientas mal, y cuando te sientas mejor la dejas de tomar" y así, como la pastillita, al final botas el frasco y la dejas.

Ese es el caso de Juan, un amigo al que el juego del amor no le sale muy bien, porque casi siempre termina perdiéndolo todo, quizás por no saberlo jugar bien.

Juan está pasando por la cruda mas fuerte de lo que tiene uso de memoria. Es el desamor que venció a todos los desamores! La cruda del siglo, una mezcla de depresión, ansiedad, frustración y rabia que simplemente no le pasa por la garganta y no la puede escupir o vomitar, que afecta todo su cuerpo como una mala digestión, con cólicos y todo, pero no hay digestivo que valga. Su "sopita de pollo para el alma" son los pocos amigos que le quedan (bueno... amigas) con quienes gasta todos los minutos de su celular hablando y escuchando lo mismo que le han dicho una y mil veces ya pero, por algún sentimiento masoquista, se siente mejor al oírlo otra vez.

Así está él, en su peor momento, cuando todo lo ve gris y brumoso, cuando todo le huele a nada, cuando la música no le significa nada mas que una serie de ruidos acompasados, cuando ya nada siente y todo es nada... ahí aparece ella.

Bueno, realmente no apareció. Ella siempre había estado ahí, lo que pasa es que en situaciones normales él nunca se hubiera percatado de su presencia, ni ella hubiese sentido ese impulso de llamarlo un día para ver como el estaba, ya que se enteró de lo que le había pasado. Esa llamada se extendió por horas y horas, días y días, lagrimas y lagrimas, consuelos que por el teléfono sonaban como un suspiro tibio que le calentaba el alma, haciendo que él acariciara el auricular como si fuera una mejilla, su mejilla.

Juan no se acuerda bien que pasó, porque su despiste en estos días alcanza su mayor nivel, sólo sabe que entre llamada y llamada, hablando de todo y de nada, ella le habló de algo... él lo tomó un poco mas allá y le propuso algo... ella hizo un silencio corto y le dijo que pasara por su casa, que ella también estaba aburrida, y estaba sola, y así podían compartir juntos... recuerda haber ido a pies, no importo que tan lejos era, simplemente llegó, sin darse cuenta, y ella le abrió la puerta.

Tampoco se acuerda quien lo inició, si fue él o ella. El piensa que fue él, pero prefiere pensar que no. Fue un beso largo, apasionado, tornándose de momentos algo salvaje, como si dos fieras con hambre hubiesen olido la sangre del otro. Y es que para él era como una catarsis, una explosión incontrolada de todo lo que sentía y le atoraba. Quería comérsela, literalmente, quería que su lengua pudiese llagar mas allá, que sus labios pudiesen abarcar mas, que sus dientes pudieran penetrar en ella y succionar su esencia. La deseaba, estaba poseído por sus instintos mas primitivos. Ella se dejaba llevar. Desde hace mucho tiempo sentía algo por él, pero nunca dijo nada porque sabía que él tenía a alguien y ella respetaba eso. Ahora ella era su confidente y, verlo así tan vulnerable, despertó en ella un sentimiento muy tierno, como un instinto maternal de protegerlo y cuidarlo, mezclado con un deseo inaguantable de sentirlo muy dentro de ella..

Juan tenía los ojos cerrados. No veía nada a su alrededor, ni siquiera a ella. Solo sentía, tocaba, mordía, agarraba y empujaba, mientras ella sutilmente le iba indicando el camino. Juan estaba en trance, todo pasaba como un sueño muy extraño, pero muy vívido, y sentía cada caricia, cada beso, cada movimiento de su sexo con una intensidad electrizante, y con cada oleada de placer dejaba escapar gemidos sin ninguna inhibición, como si nadie le escuchara. Juan no abría los ojos.

Juan se sentía en el cielo, como hace mucho no podía sentirse. Pensaba, en medio del placer, como eso le hacía recordar los mejores momentos de su pasada relación, como el sentía cuando estaba con quien antes compartía su cama y su vida, la increíblemente perfecta forma de acoplarse, como incluso podía hasta sentir su piel, tan suave que solo le bastaba con acariciarla para llegar al cielo, tan tibia, la forma en que ella se contorneaba y gemía de placer, al mismo ritmo, como un baile donde uno va al paso del otro, sintiéndose al final como un solo cuerpo... Juan no podía mas, no aguantaba el placer, estaba en el éxtasis, en la gloria, estaba a punto de gritar, de gritar su nombre, su nombre pero... cual nombre?

Juan abrió los ojos. No era un sueño, pero ahora prefería que lo hubiera sido. Se entregó por entero a un momento de placer y, sin darse cuenta, terminó haciendo el amor con quien en verdad quería hacerlo.

Juan la miró, y volvió a cerrar los ojos. Ella se recostó sobre su pecho, lo mira y le pregunta: "que pasó, mi amor?, no te gustó?". El le dijo, con los ojos aun cerrados: "claro que sí, mi amor!", mientras decía para sí mismo: "que va! ...es que no es lo mismo".

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