sábado, 2 de agosto de 2008

Cuando se rompe la taza...

Recuerdo que cuando era niño tenía una taza.
Era una taza de cerámica, muy delicada, blanca y de bordes finos cubiertos con una línea dorada que parecía de oro, y en ella me desayunaba todos los días con un rico y espeso chocolate caliente en el cual zambullía un pan de agua tostadito y untado de mantequilla. Era un ritual diario, casi ceremonial... me sentaba frente a la televisión y, mientras veía los muñequitos me comía lentamente el pan mojado en el chocolate y, cuando ya no había más pan, me bebía el resto del chocolate que quedaba, que con los restos de mantequilla diluída le daba un sabor único!

Esa, por costumbre, se había convertido en “mi taza”.
Supongo que todo comenzó el día que me sirvieron el primer desayuno de chocolate caliente con pan en esa taza, y me gustó tanto que al día siguiente me lo dieron otra vez, en la misma taza, y así sucesivamente, hasta que llega el punto inconsciente en el que uno ya asocia la taza con el chocolate, y se hace tan cotidiano el uso de ella que ya forma parte de la rutina diaria... si no veía la taza, es que no había chocolate y, si la veía, se me hacia la boca agua !

Nadie más podía ya usar esa taza.
Se había convertido, por costumbre, en mi propiedad, y miraba mal a cualquiera que osara a tomar esa taza de la gaveta de la cocina para nada que no fuera mi famoso chocolate con pan, que para ese entonces me gustaba tanto que a veces lo pedía también de cena.

Pero, un buen día, la taza se rompió.
Aún recuerdo el reguero de chocolate en el piso, y la taza igualmente desparramada en exactamente 4 pedazos incluyendo el asa. Me quedé un par de minutos contemplando con impotencia la escena... esto no puede estar pasandome! Ese día me acuerdo que no me desayuné con el chocolate habitual, sino con el pan y otra cosa que mi mamá hizo a último minuto antes de irme al colegio. Procuré recoger los pedazos, lavarlos con agua y guardarlos en un lugar de la cocina para que no los botaran. No me acordé más de la taza hasta la mañana siguiente cuando, como de costumbre, esperaba mi rica taza de siempre con su rico chocolate caliente pero... oh, y esto?

Me traen el chocolate en una taza nueva.
Me acuerdo que era color marrón claro, gruesa, más alta que la otra y sin líneas doradas, y créanme que el chocolate no me supo para nada igual!, de hecho, la sensación de los bordes gruesos de la nueva taza le daban una textura nueva al chocolate, y me desagradó mucho. Yo quería mi taza de nuevo!!

Entonces, intenté reparar la taza rota.
Había una especie de pegamento especial en casa que decía “para reparar cerámicas, losas, etc..” y decidí pegar los pedazos rotos de la taza con eso!. Me entusiasmó ver que los pedazos encajaban perfectamente. No se había perdido ni un pedacito y, luego del tiempo de secado que decía el pegamento, la taza estaba lista! También me acuerdo de la risotada de mi madre cuando la vió, diciéndome que botara eso, que ya no servía, y que para eso ya yo tenia otra, pero yo no le hacia caso, es que ella no entendía... esa era MI taza!

Pero, ya la taza no era la misma.
El sabor había cambiado... el chocolate, que había que servirlo tibio a petición mía para que no se desprendiera el arreglo, tenía ahora un sabor a pegamento, y no podía agarrarla por el asa por temor a que se despegara. Sin embargo, yo persistía, porque creía que el sabor a pega se iría, que el pegamento se solidificaría, y que en un tiempo corto ni se iba a notar que fue arreglada. De hecho, ya me estaba acostumbrando al sabor raro cuando, lamentablemente, agarrando la tasa por el asa, ésta se despegó y cayó.

La taza se volvió a romper, y ya no se podía reparar más.
Fué mi madre quien se encargó de botarla entre boches y reproches de que no me atreviera a volver a arreglarla, y me sirvió el chocolate en la taza nueva que me había comprado. Pero, esa taza no me gustaba! Yo quería mi tazaaa!! Esa era MI tazaaa, de toda la vidaaa!!!. No me tomé el chocolate.

Entonces, aborrecí la taza nueva y el chocolate caliente!
Le dije a mi madre que me hiciera otra cosa de desayuno y, en vez de chocolate caliente, preferí que me hicieran Cocoa fría, que me la tomaba en un vaso, por necesidad.
Pasó el tiempo, mucho tiempo y, ya grande yo, me antojé de una buena taza de chocolate caliente con pan, y me decidí a hacerla yo mismo. Cuando busqué una taza para servirlo, me tropecé con aquella taza que yo no quería, y en ella serví el chocolate caliente... y me emocioné al encontrar el mismo sabor a chocolate que me fascinaba de antes, y ahí me di cuenta....

Me había enamorado de una simple taza, y en realidad lo que me gustaba era el chocolate!
Pensaba que esa era la única taza en el mundo que podía brindarme ese sabor y, cuando se rompió, me aferraba a esa taza por la costumbre, y la arreglé por la esperanza de que volviera a ser como el primer día, pero las cosas arregladas ya no son nunca iguales.

Uno se aferra a lo que se tiene por mucho tiempo, porque crees que solo ahí es que el chocolate es bueno, pero...

...El chocolate, cuando es bueno, sabe bueno en cualquier taza!!